viernes, 8 de octubre de 2010

Estábamos hacía rato dando vueltas por las autopistas, bajábamos en una salida y después volvíamos entrar. Era justo un área en donde se cruzaban por los menos tres autopistas diferentes. El sol se estaba poniendo y ya se hacía de noche. Yo manejaba y Juana iba de acompañante. No llegábamos nunca al lugar, dábamos vueltas siempre por la misma zona y yo empecé a perder la paciencia. Estábamos perdidas, necesitaba indicaciones y Juana conocía menos la zona que yo así que no podía contar con su ayuda.
Mientras manejaba saqué mi laptop de la cartera y me puse a buscar en los mapas de la ciudad para encontrar indicaciones. Automáticamente llegamos a nuestro destino. Había justo un lugar en medio de una hilera de autos estacionados.
Juana y yo nos bajamos y empezamos a recorrer. Estábamos justo debajo de uno de los puentes, ya casi no había sol y no era una zona muy linda. Era todo de un color gris, los locales, la gente, las calles, los autos. De la hilera de autos, el nuestro resaltaba por su color y su pulcritud. El auto era nuevo. Memoricé bien la zona para recordar dónde lo habíamos dejado. Yo había bajado con mi cartera pero mi laptop había quedado en el auto.
Empezamos a recorrer. No sé muy bien hacia donde teníamos que ir, sólo recuerdo que teníamos un trámite pendiente.
Cuando volvimos el auto no estaba. Estaba la misma hilera de autos pero en el lugar del nuestro había un lugar vacío. Nos habían robado. Me agarró un ataque de desesperación y angustia y comencé a llorar sin parar. Yo lloraba y Juana no podía consolarme. Eastábamos paradas en el medio de esa zona gris y no podíamos hacer nada. Yo lloraba y lloraba sin parar. La gente seguía caminando a nuestro alrededor como si nada, todo seguía igual salvo que el auto no estaba. Recuerdo la angustia que sentía y era como si estuviera muriendo. Pero no lloraba por el auto, en el fondo sabía que lo del auto iba a poder solucionarse o que mis viejos lo entenderían. Lloraba por la laptop que había dejado estúpidamente tirada bajo el asiento delantero. Porque en esa laptop tenía TODO. Todos mis trabajos, mi herramientas de trabajo, datos, fotos, documentos importantes. En ese momento pensé que si hubiera podido dar mi vida por la laptop la hubiera dado. Por más ridículo que suene ahora, en la lógica del sueño yo sentía que lo normal hubiera sido morir a que me robaran la computadora. Mi vida era esa computadora y yo sentía que nunca iba a poder comprar una igual.
Ahora se la habían llevado los chorros y jamás la iba a recuperar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores