Nueva Delhi. Ibamos en un auto, Mechu y yo. Yo manejaba y ella iba de copiloto. Las calles estaban atestadas de autos, tierra, mugre y suciedad. No había un camino delimitado, la dirección de las manos estaba marcada por la dirección en la que iban los autos.
Llegamos al puente pero las filas de autos estaban enfrentados unos contra otros y nadie parecía moverse del lugar. Estábamos todos atasacados en un torbellino de tierra, dos fuerzas que se encontraban en el medio para pasar por éste puente angosto. Nadie avanzaba, los que querían salir del otro lado del puente y los que querían entrar estaban inmovilizados en el desorden. Mechu vio un atajo por el costado del puente y decidí bajar. Nos metimos por un camino de tierra que bordeaba el río color marrón, casi negro, contaminado por la basura de toda la ciudad y tomamos la delantera. Una fila de autos nos siguió al instante. Teníamos las ventanas bajas a causa del calor sofocante que hacía y toda la tierra del camino entraba pegándose en nuestros cuerpos.
No sé como era el auto por fuera pero por dentro parecía viejo, no tenía aire acondicionado y los asientos eran de un cuero gastado y amarillento. Logramos acortar camino costeando el puente y luego volvimos a adentrarnos a él para poder cruzarlo.
Corte.
Ahora estábamos cruzando el puente en dirección opuesta. El sol ya había bajado y el tráfico había aflojado un poco. Era casi el atardecer y estábamos nuevamente atravesando el puente. Frenamos justo en el medio y nos bajamos. Allí nos encontramos con otro grupo de turistas que aparentemente estaban perdidos como nosotras. Hasta ese momento había estado demasiado preocupada por el tráfico de autos y no había pensado en la posibilidad de que estuviéramos perdidas en esta ciudad extraña. Mechu se bajó rápidamente dejando la puerta abierta del auto y se fue al encuentro del grupo. Por alguna razón estaban todos vestidos de blanco. Me quede unos minutos sentada al volante observando la situación desde afuera. Mechu saludaba a cada uno del grupo, sonreía y hablaba con ellos, parecía como si se conocieran de antes. Yo no tenía idea quiénes eran estas personas. Abrí la puerta del auto para que entrara un poco de aire y me quedé sentada mirando el atardecer. Justo en ese momento el sol se ponía en el río marrón de Nueva Delhi.
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